Con los resultados de las postulaciones a la educación superior en manos de los estudiantes, muchos inician un nuevo «ciclo vital» que conlleva importantes cambios, especialmente para aquellos que se mudan y pasan de vivir con sus padres a independizarse o a compartir piso con amigos en una ciudad diferente.
La vida universitaria ofrece numerosas ventajas, como la posibilidad de disfrutar de cierta independencia, conocer nuevas personas y forjar amistades, además de estudiar una carrera que, en teoría, les apasiona y desean seguir profesionalmente. Sin embargo, también existen desventajas menos mencionadas, como el distanciamiento de quienes han sido compañeros durante años y la necesidad de «comenzar desde cero», las arbitrariedades académicas, el final de un “paternalismo docente” y el estrés derivado de la carga académica y de la actitud de algunos profesores, que en ocasiones parecen empeñados en afectar la salud mental del alumnado.
Lamentablemente, los malos tratos y abusos en universidades, institutos y centros de formación técnica son una realidad que a menudo se esconde. Al recibir a los nuevos estudiantes, muchas facultades se esfuerzan por mostrarse amables, pero cuando comienza el año académico, afloran actitudes que distan mucho de las sonrisas de bienvenida o de lo que se muestra en las publicidades del centro educativo.
Ciertos directivos, docentes y tutores, al ejercer su poder sobre los estudiantes, parecen disfrutar abusando de ellos, maltratándolos, burlándose, actuando de manera arbitraria y discriminadora, así como mostrando desdén por circunstancias personales que pueden afectar el rendimiento académico. Los problemas de salud mental que resultan de esto, como estrés, ansiedad, angustia y, en los casos más graves, depresión, parecen no ser de su preocupación, justificándose con el argumento de que si no pueden tolerar tales situaciones, simplemente deben abandonar su sueño de profesionalizarse. Esta situación resulta irónica, ya que muchos de los responsables de estos abusos se comportan como verdaderos dictadores, ante la mirada cómplice de un sistema que no regula su conducta, mientras critican los regímenes autoritarios.
Algunas instituciones de educación superior intentan difundir, con gran alboroto, programas de apoyo para la salud mental de los estudiantes, elevando su “prioridad”; sin embargo, en la práctica, su implementación es escasa. A pesar de que los malos tratos son de público conocimiento, muchos estudiantes temen hablar por miedo a represalias, como el aumento arbitrario de la dificultad en las evaluaciones o, en el peor de los casos, la reprobación en materias, internados, clínicas jurídicas, prácticas profesionales e incluso exámenes de grado. Ambos escenarios ponen en peligro su futuro profesional, generando un silencio cómplice que busca preservar su trayectoria académica.
Lo aquí expuesto no es solo una advertencia, sino una triste realidad que merece atención, considerando el aumento de casos de estrés, ansiedad, crisis de angustia, intentos de suicidio y suicidios relacionados con los malos tratos de directivos, docentes y tutores. Diversos estudios indican que al menos el 10% de los estudiantes universitarios ha considerado quitarse la vida debido a una depresión grave; un 30% presenta síntomas de ansiedad y depresión leve a moderada, y un 40% enfrenta problemas de salud mental vinculados a su experiencia en la educación universitaria.
Javier Osorio O.
Exvicepresidente Interno de la Federación de Estudiantes USS, sede Santiago
Egresado de Derecho de la UAH
Con Información de www.elrancaguino.cl