En enero celebré un año escribiendo para este maravilloso medio de comunicación del Maule. Al principio, mis artículos se enfocaban en empoderamiento financiero, pero con el tiempo descubrí otros temas igualmente importantes: desde la superación de barreras en el emprendimiento y la organización de nuestras finanzas, hasta la planificación de nuestro año personal y profesional. Hoy te invito a reflexionar sobre un tema esencial que todas hemos vivido: la frustración. Esa emoción incómoda que, a pesar de ser dolorosa, nos motiva a crecer, desafiarnos y, en ocasiones, a cuestionar nuestras propias capacidades. Porque, seamos sinceras, todas hemos pasado por eso.
La frustración surge cuando las cosas no salen como esperábamos. Puede ser ese proyecto en el que invertiste semanas y al final fue rechazado, esa idea brillante que no pudiste llevar a cabo por falta de recursos, o ese objetivo personal que no lograste cumplir. Es un sentimiento universal, y yo no soy la excepción. Al igual que muchas de ustedes, he experimentado numerosas frustraciones. Sin embargo, he aprendido que esta emoción no es un enemigo, sino una brújula valiosa, o como dice una querida amiga coach, “un regalo”. En realidad, la frustración es un maestro disfrazado.
Nuestra reacción inicial suele ser la autocrítica: “¿Qué hice mal?”, “¿Debí prepararme mejor?”. Pero esa autocrítica rara vez nos beneficia. En cambio, debemos tratar a nuestras emociones con la misma empatía que ofreceríamos a una amiga. Reconocer que somos humanas, que estamos en un proceso de aprendizaje y que cometer errores está bien. Practicar la autocompasión nos habilita a convertir esos momentos difíciles en oportunidades de crecimiento.
De un fracaso a una lección
Permíteme compartir una experiencia personal. A los 20 años, recién casada y con un bebé, me vi en la necesidad de emprender, a pesar de no haber terminado mis estudios universitarios. Durante un par de noches a la semana, limpiaba oficinas en un edificio de Providencia, pero anhelaba algo más grande. Luego supe que estaban solicitando cotizaciones para limpiar todos los vidrios exteriores del edificio, así que preparé una propuesta detallada. Investigué sobre las máquinas necesarias (andamios eléctricos, correas de seguridad, etc.), los productos (líquidos y herramientas) y consulté a personas que pudieran ayudarme. Aunque sabía que competía con empresas consolidadas, decidí intentarlo.
La respuesta fue un “no” por mi falta de experiencia, a pesar de que mi cotización estaba dentro del precio. Sentí frustración, rabia e incluso injusticia. ¿Cómo podría adquirir experiencia si no me daban una oportunidad? Sin embargo, con el tiempo comprendí el verdadero valor de esa experiencia: el administrador me contactó no solo para rechazar mi propuesta, sino también para reconocer mi audacia. Ese reconocimiento me dio la fuerza para seguir intentándolo y me recordó que cada paso, incluso aquellos que no alcanzan la meta, representan un avance.
Cambia el enfoque: celebra el intento
En nuestra sociedad, a menudo solo valoramos los resultados, pero los intentos también merecen celebración. Atreverte a salir de tu zona de confort, aunque el resultado no sea el esperado, es un acto valiente. Cada paso cuenta, porque te acerca más a tus sueños. Así que celebra cada intento: es una prueba de que estás avanzando.
Cuando enfrentes una frustración, pregúntate: “¿Qué puedo aprender de esto?”, “¿Qué estoy dejando de lado?”. No pierdas de vista el propósito que te llevó a intentarlo. Recordar el “para qué” puede reavivar esa chispa que te ayudará a sobrepasar los momentos difíciles y a continuar avanzando.
La frustración, aunque incómoda, es una maestra esencial en el camino del crecimiento personal y profesional. La próxima vez que la enfrentes, en lugar de resistirte, acéptala como parte del proceso. Respira, procesa tus emociones y pregúntate: “¿Qué puedo aprender de esto?”. Luego, sigue adelante con compasión y confianza en ti misma.
Con Información de www.diarioelcentro.cl