Hace unos años, se llegó a un acuerdo político que facilitó la modificación del sistema binominal.
Hoy, tras haber tenido experiencia con el nuevo sistema, resulta complicado comprenderlo. Tal como advertimos en su momento, el sistema proporcional que nos rige actualmente permite que un mayor número de parlamentarios sean elegidos con votaciones relativamente bajas en comparación con otros candidatos. Es difícil de entender que un candidato que obtiene 10 votos no sea elegido, mientras que otro con solo 3 sí lo sea.
El sistema proporcional asegura que cada partido político o lista obtenga un número de escaños que refleje la cantidad de votos recibidos. Esto podría parecer más equitativo que el sistema mayoritario, ya que evita que una formación política que no cuente con el apoyo mayoritario domine, y un parlamento con diversos partidos fomenta la creación de gobiernos de coalición, lo cual a menudo contribuye a la estabilidad y moderación. Sin embargo, este sistema ha sido criticado porque, en muchas ocasiones, la relación entre votantes y elegidos es débil, dado que el uso de listas cerradas otorga un gran poder a los partidos. La competencia real ocurre dentro de las listas, buscando nichos en lugar de claras mayorías.
Es importante señalar que la mayoría de las personas, al hablar sobre el fin del binominal, imaginaban la implementación de un sistema mayoritario, donde el candidato con más votos gana. Sin embargo, este sistema, conocido como proporcional directo, puede resultar en la desaceleración de la formación de pactos electorales y podría fomentar el surgimiento de caudillismos, debilitando aún más a los partidos y generando una fuente de inestabilidad.
Los partidos son entidades fundamentales en cualquier sistema democrático, ya que son responsables de generar gobernabilidad. Sería inviable para cualquier gobierno negociar individualmente con cada parlamentario o gestionar un sinfín de problemas locales sin una visión general, una estrategia a nivel país. A su vez, un sistema mayoritario dificulta que grupos minoritarios, pero significativos, tengan representación en el concejo municipal, el parlamento o el Consejo Regional, cuerpos cuyos miembros elegimos mediante el sistema proporcional.
Como se puede apreciar, este es un tema complejo que requiere un análisis prolongado y no está exento de cálculos. Es un debate necesario, al igual que el establecimiento de límites para la disolución de partidos que no alcancen un porcentaje mínimo de votos, o el cambio de autoridades electas de un partido que se supone defiende ciertas ideas a otro sector. En cuanto a la renuncia, podríamos coincidir en que esto implique la pérdida del escaño, pero no en el caso de la expulsión de un partido, ya que esto significaría la instauración de “órdenes de partido”. En tal caso, ¿para qué tener representantes si los partidos deciden en privado cómo deben votar sus militantes en ciertos asuntos? ¿Dónde queda la obligación de representar los intereses de quienes los eligieron?
Luis Fernando González V.
Subdirector
Con Información de www.elrancaguino.cl