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La evolución de la Navidad en Chile a lo largo del tiempo

José Pedro Hernández, historiador y académico de la Escuela de Pedagogía en Educación Básica de la Universidad de Las Américas.

La Navidad, esa celebración que nos invita a reunirnos en familia y disfrutar de la ilusión, posee una historia rica y cautivadora en Chile. Antes de la llegada del Viejito Pascuero y los espléndidos árboles decorados, esta festividad tenía un sabor auténtico, impregnado del aroma del campo y el sonido de villancicos que se fusionaban con el bullicio de las fondas.

Imaginemos la Alameda de Santiago, no en septiembre, sino en diciembre, llena de ramadas y música. Así era la Navidad en el Chile del siglo XIX. La celebración religiosa se mezclaba con la alegría popular, creando un ambiente único. En lugar de regalos envueltos en papeles brillantes, se ofrecían frutas de temporada, flores y dulces caseros. La Nochebuena no era solo calma, sino una verdadera fiesta, llena de baile y compartir con la comunidad.

Las iglesias, por supuesto, eran el epicentro de la celebración religiosa. Allí se presentaban ofrendas, se cantaban villancicos y se escenificaba el nacimiento del niño Jesús. Sin embargo, fuera de los recintos sagrados, la celebración adquiría un carácter más festivo, similar a nuestras Fiestas Patrias.

A lo largo del siglo XX, la Navidad chilena comenzó a transformarse. Influencias europeas y norteamericanas comenzaron a modificar nuestras tradiciones. Las plazas y ramadas navideñas fueron cediendo su lugar a la intimidad del hogar. Los primeros pinos de Navidad, tímidos inmigrantes en un paisaje de palmas y araucarias, comenzaron a aparecer en los hogares, reemplazando canastas de frutas y ramos de flores por juguetes, marcando la llegada de un nuevo protagonista.

Este cambio coincidió con la llegada de grandes tiendas departamentales, verdaderos portales a la cultura norteamericana. Sus escaparates, repletos de luces y novedades, no solo trajeron mercancías, sino también costumbres. El árbol de Navidad, con su carga simbólica, encontró su lugar en los hogares chilenos, evocando la imagen idealizada de una festividad blanca, tan diferente a nuestro clima veraniego.

Con el árbol, también llegó el Viejito Pascuero. No nació en el Polo Norte, sino que surgió de la astucia comercial de esas tiendas. Su imagen amable, con barba blanca y traje rojo (un guiño publicitario a una famosa bebida gaseosa), conquistó la imaginación de los niños. Los renos mágicos, traídos del imaginario europeo, completaron el cuadro. Curiosamente, su primera aparición «en persona» fue en 1930, en una fiesta organizada por la Compañía Chilena de Electricidad. ¡Un éxito inmediato! Desde entonces, el Viejito Pascuero, nuestro Papá Noel local, se ha convertido en el embajador de nuestra Navidad.

Aunque esta festividad todavía conserva la esencia religiosa de sus orígenes, es innegable que ha integrado nuevos elementos, creando una tradición propia y singular. La combinación de lo antiguo y lo moderno, de lo religioso y lo secular, otorga a esta celebración un carácter especial, con un aire de nostalgia y alegría compartida que perdura a través de las generaciones. La Navidad continúa evolucionando, adaptándose a los tiempos, pero siempre conservando en su esencia el espíritu de unidad familiar y la esperanza de un futuro mejor.

Con Información de www.elrancaguino.cl

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