Por: Marcelo Trivelli Oyarzún.
Presidente de la Fundación Semilla.
Es más sencillo ocultar la cabeza en la arena, como lo hacen los avestruces ante el peligro, que reconocer la complejidad de nuestros problemas y desafíos. La vida y nuestro entorno son un tejido de grises y colores que reflejan la diversidad en toda su extensión. Por lo tanto, nunca hay una única causa para un problema, ni tampoco una sola solución.
Los seres humanos no somos capaces de procesar toda la información que nos rodea; por eso delegamos esa responsabilidad en referentes que seguimos y escuchamos para formar nuestras propias opiniones. Desgraciadamente, la velocidad de nuestras ocupaciones y la falta de habilidades para discernir nos llevan a crear interpretaciones simplistas de la realidad, las cuales suelen traducirse en propuestas superficiales, temporales y, en su mayoría, ineficaces.
La reciente encuesta del CEP (Centro de Estudios Públicos) de agosto de este año indica que el 73% de la población afirma estar “totalmente satisfecha con su vida en este momento”, lo que contrasta con un ambiente de negatividad, depresión, prejuicios, descalificación y violencia. Este contraste entre la autopercepción de la calidad de vida personal y la realidad social es llamativo.
En el ámbito de la seguridad, que se percibe como la principal preocupación ciudadana, se sugiere que la violencia delictiva tiene como única o principal causa una mala gestión del gobierno, proponiendo como solución la destitución de la actual ministra del interior, Carolina Tohá.
Sin embargo, ni la causa radica únicamente en el gobierno, ni la destitución de la ministra representa la solución. La violencia delictiva es un fenómeno mucho más complejo, y enfrentarlo demanda valentía y la disposición a cuestionar nuestros propios paradigmas ideológicos. ¿Queremos reducir el tamaño del Estado? ¿Cómo se financiarían mejores cuerpos policiales y las instituciones de investigación? ¿Estamos dispuestos a pagar más impuestos?
Ignorar la complejidad de la violencia delictiva y aferrarse a explicaciones simplistas y soluciones fáciles puede llevar a un retroceso institucional, propiciar la corrupción y el tráfico de influencias, además de abrir paso a líderes populistas que afirman representar la voluntad del pueblo, pero que en realidad buscan sus propios intereses.
Actualmente, en plena época electoral, resulta más sencillo “vender ideas simplistas” para atraer votos. Aplicar la táctica de “causa y solución única” empobrece el debate político y limita las posibilidades de alcanzar consensos entre quienes deben guiar el futuro de nuestras comunas y regiones en Chile.
No contamos con las herramientas necesarias para ejercer un pensamiento crítico ante los mensajes que recibimos, ya que en la escuela se nos enseñó a recibir información y no a formarnos. El desarrollo del pensamiento crítico y la empatía, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, no son prioridades en el currículo nacional.
Lamentablemente, el sistema educativo chileno está diseñado para preparar mano de obra barata, sumisa y poco cuestionadora. Así, al llegar a la adultez, resulta más fácil para la mayoría aceptar las explicaciones de “causa y solución única”, en lugar de esforzarse por comprender y proponer soluciones que aborden la complejidad de la vida.
Con Información de eldiariodemaule.cl