Estefanía Lara, tras años de apoyo a residencias junto a su familia, decidió dar un nuevo paso y acoger a una niña en su hogar.
Desde siempre, Estefanía Lara ha sentido la necesidad de ayudar a los niños que se encuentran en el Servicio de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia. Con su familia, organizaban actividades para celebrar la Navidad y el Día del Niño cada vez que era posible. Aunque estas acciones eran significativas, para ella no eran suficientes. “Queríamos comprometernos de forma más profunda, ir más allá de actuar solo en fechas especiales, porque los niños en residencias tienen necesidades durante todo el año”, explica.
Así, hace algunos años, durante la pandemia, su familia decidió dar un paso más y convertirse en familia de acogida. Se enteraron del programa a través de un amigo que trabaja en el servicio. Después de inscribirse y presentar la documentación requerida, fueron convocados para proporcionar información adicional y someterse a evaluaciones, todo realizado de manera virtual, hasta que recibieron la noticia de que habían sido certificados y que solo debían esperar.
“Preferimos acoger a un niño o niña un poco mayor, no de muy corta edad, ya que esto facilitaba mi trabajo. Además, en el Ministerio donde trabajo –fundamentalmente en SERVIU, Talca– podemos acceder a los mismos beneficios que los demás hijos de funcionarios, como un club infantil donde los cuidan”, menciona.
Finalmente, la espera terminó y una niña llegó a vivir con ellos.
“Al principio, todos estábamos un poco inquietos. Nos preguntábamos: ¿llorará? ¿Se adaptará? ¿Nos aceptará con el tiempo? Pero esos temores se disiparon rápidamente; los niños se adaptan a nuevos entornos fácilmente. En una semana, ya nos llamaba papá y mamá”, recuerda, reflexionando: “le hemos dado la oportunidad de reconstruir su vida, una experiencia que no había tenido antes. Le hemos ofrecido amor, cariño y calidad de vida.”
Estefanía recuerda que la niña había estado en varias residencias antes, y aunque tenía algunos lazos familiares, carecía de una presencia parental sólida y no identificaba a nadie como su papá o mamá.
Temores que se desvanecen
“Su llegada fue un gran consuelo. Sí, al principio, al convertirte en familia de acogida, siempre hay cierto temor de que esta experiencia te cause dolor, porque sabes que estás acogiendo de manera temporal a ese niño o niña. Sin embargo, creíamos que era egoísta pensar de esa manera, porque la calidad de vida que puedes ofrecerle a un niño o niña es algo que jamás experimentó antes. Tienes la oportunidad de sacar a un niño de la institucionalización, quien tiene vínculos rotos, y brindarle la posibilidad de reconstruir su vida”, afirma con firmeza.
Estefanía resalta que, para ella y su familia, “esto es mucho más gratificante que el dolor de un desapego. Has dejado una huella positiva y, para el resto de su vida, ellos recordarán lo que vivieron contigo. Y a aquellos que están pensando en ser familias de acogida, pero tienen dudas, les digo que esta es una de las acciones de amor y esperanza más profundas que puedes ofrecer, abrir tu hogar y tu corazón a un niño o niña que realmente lo necesita”.
Finalmente, Estefanía subraya que nunca están solos en este camino, ya que cuentan con un equipo de profesionales del Servicio de Protección que los acompaña de manera constante. “Te apoyan 24/7. Y más que un simple acompañamiento, representan un pilar de apoyo. Muchas veces, uno no tiene todas las habilidades para manejar situaciones complicadas, y si ven que flaqueas, puedes recurrir a los psicólogos y trabajadores sociales, quienes te orientan y respaldan”, concluye.
Con Información de www.diarioelcentro.cl