Noble, bondadoso y fuerte son las tres palabras que mejor describen a mi papá en este mundo. Su amor por su esposa e hijos, especialmente por mí, su consentido, era inigualable. Pero todo cambió cuando llegaron sus nietos; a partir de ese momento, la historia se cuenta sola.
Mi papá dejó una huella imborrable en nuestro pueblo, dedicándose a servir a la comunidad con su uniforme verde y desempeñándose como un importante referente social, además de ser un hombre de fe inquebrantable.
Al levantar la mirada, recuerdo a muchos amigos y hermanos católicos que solía bendecir en nuestro hogar, nunca se negó a interceder por Cristo cuando era necesario.
Era el esposo de Dorita, padre de Pepito y su negrito. Juntos enfrentamos el desafío que el Señor nos envió, una prueba que nos unió aún más como familia.
Mi lista de personas a las que quiero agradecer por su apoyo a mis papás durante este difícil proceso es interminable.
Ustedes han sido testigos de su fe inquebrantable y su deseo de vivir, motivos más que suficientes para acompañarlo en su empinado camino.
El 23 solté su mano y lo dejé emprender el viaje hacia el reino celestial, no sin antes pedirle que envíe amor y paz a mi mamá, a mi hermano, a mi cuñada, a mis sobrinos y a mi bastión principal: mi esposa y mis hijos.
Papá, hoy el cielo celebra porque ha acogido al mejor suboficial. Hoy, tus padres te abrazan y disfrutan de tu compañía sin cesar.
Te llevas una parte de mi corazón al reino celestial. Fuiste mi mayor referente de amor y bondad. Hoy te despido recordándote con el emblema de nuestro querido pueblo: valiente, fuerte… ¡y muy grande!
Hasta siempre, papá.
Tu hijo, Luis Cornejo Aguirre.
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