(Por Héctor González V.)
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Se dice que todos los jóvenes, ya sean chicos o chicas, han escrito poesía en algún momento. Algunos comienzan en la niñez y continúan durante la adolescencia. ¿Lo han hecho ustedes?…
No muchos logran convertirse en poetas. Personalmente, no creo en esas «conversiones», ya que estoy convencido de que «los poetas nacen, no se hacen». Nadie puede formarse para ser poeta. Hasta donde sé, ninguna universidad otorga el título de poeta. Ni Gabriela Mistral ni Pablo Neruda estudiaron para ser poetas, pero ambos lograron la mayor distinción mundial: el Premio Nobel de Literatura, gracias a sus versos.
Hace cien años, el 25 de marzo de 1810, Rancagua tuvo el honor de ver nacer a un poeta. Oscar Castro Zúñiga llegó a este mundo en una casa ubicada en la calle O’Carrol, número 120. Estaba destinado a crecer como poeta, a pensar como tal, a vivir como un poeta y, finalmente, a morir como uno; y lo más extraordinario: a permanecer vivo por siempre a través de cada verso de sus poemas.
Hoy estoy aquí para recordar con ustedes, en este centenario del nacimiento de Oscar, fragmentos de su infancia y juventud. Hay muy poco que se conoce, salvo lo que él decidió compartir, entrelazando realidad y ficción, sucesos verídicos o imaginarios, autobiográficos o creados por su rica imaginación.
Vestigios de su niñez pueden encontrarse en algunos de sus versos o en sus obras en prosa, cuentos y novelas, destacando especialmente «Comarca de Jazmín» y «La Vida Simplemente”.
(“Camino en el Alba”: Romance de barco y junco).
Al leerlos, podemos imaginar sus travesuras de niño proveniente de una familia modesta, que apenas se disimulan en personajes de sus novelas o en las líneas de sus poemas.
Sin embargo, no sabemos cuál fue su primer verso, probablemente escrito a escondidas en un cuaderno, tal vez dirigido a alguna muchachita rancagüina.
Se sabe que algunas de sus poesías fueron publicadas como colaboraciones en la revista infantil “El Peneca” y en la revista juvenil “Don Fausto”.
Tienen indicios de esas primeras incursiones en el campo poético, cuando el joven tenía 16 años. La primera se titula “Meditación” y comienza con estos versos:
“Hay en mis estrofas un no sé qué de melancolías.
Yo tengo en mis versos, caprichosamente, finas alegrías.
Tan pronto yo canto la grande tristeza de un amor perdido
o hago dulcemente versos muy sonoros en que amor yo pido”.
Al año siguiente apareció el “Poema inconcluso”, cuyo inicio dice:
“Te escribí este poema bajo la luna llena
alumbrado tan solo por su gran claridad.
Tienen olor a huilles o tal vez a azucenas
estos versos que yo hice de dolor y de soledad.”
En 1928 se publicó un “Soneto”, que inicia con las siguientes líneas:
“Colocaré en las ánforas de un soneto galante
los catorce claveles de la melancolía,
que han nacido en el tallo de la tristeza mía,
atados con la cinta de una rima elegante”.
POEMAS EN UN DIARIO
Con la adolescencia, Oscar, ya con 18 años y una vida inquieta, se atrevió a presentarse en las oficinas del director del periódico “La Semana”, precursor de “El Rancagüino”, para entregarle un poema a don Miguel González Navarro. El periodista lo recibió con amabilidad, leyó su obra y se comprometió a publicarla, ofreciendo palabras de aliento para que continuara escribiendo y brindándole algunos consejos.
Con gran emoción, el joven pudo leer el 9 de marzo de 1929 su primer poema publicado en el periódico de Rancagua, titulado:
POEMA DE SU AUSENCIA
“Está lejos, Señor, lejos de mi tristeza,
lejos como los cielos, las montañas y el mar.
Surge de mis recuerdos trémula de belleza
y mis manos ansiosas no la pueden tocar.
Dile a los horizontes, Señor, que se hagan trizas,
para que caiga el muro que intercepta su voz.
Haz que pueda sentir, cerca de mí, sus risas
y que se cure mi alma sangrante de su adiós.
En la distancia se hacen música sus palabras.
Yo la sueño nimbada de un claro resplandor.
¡Señor, saca la espina con que mi alma taladras
y haz que sienta de nuevo mi amor junto a su amor!
Tú sabes, Señor, cuánto la quiero y cuánto
he sufrido por esta larga separación.
Tu sabes que su llanto provocaba mi llanto
y su risa inundaba de paz mi corazón.
Ahora está lejana, mi corazón solloza,
la busco al lado mío, no la puedo encontrar!
Desde lejos me llega su voz maravillosa
y siento sobre mi alma su perfume pasar.
Intentemos imaginar lo que sentía el joven Oscar al escribir estas líneas y cómo se sintió la niña, quizás estudiante, que recibió este regalo de amor. Nunca lo sabremos, así como también es incierto si ella llegó a leer la poesía dedicada a ella.
PARA UNA AMIGA
La tercera poesía de Oscar Castro publicada en el periódico en 1929 llevaba como título una sola palabra: “Amiga”. Con este gesto ocultaba la identidad de la destinataria. Las últimas líneas dicen:
“Ardiendo en mis recuerdos, solo en el horizonte
siento acabarse el mundo más allá de tus manos.
Cierra tus ojos y me hundiré en la sombra.
Estira tus brazos distantes y caeré en tus manos.”
(“Camino del Alba”: Lejano amor).
Con Información de www.elrancaguino.cl