La preocupación por el calor extremo ha aumentado en las últimas semanas, y con justa razón. Tanto las autoridades como diversas comunidades en todo el país expresan su inquietud ante la constante recurrencia de incendios forestales, un fenómeno que parece hacerse inevitable con la llegada de olas de calor que superan los 30 grados. Este problema no solo afecta al medio ambiente, sino que también representa una amenaza directa a la seguridad y bienestar de miles de personas, especialmente aquellas que residen cerca de zonas boscosas.
En la actualidad, incluso durante el verano, se están registrando diversas olas de calor en regiones donde las temperaturas superan los 34 grados, lo que aumenta significativamente el riesgo de incendios. La unión del calor, la baja humedad y los vientos genera condiciones ideales para la propagación de incendios que, si no son controlados rápidamente, pueden adquirir proporciones desastrosas. De hecho, ya es común que en el secano costero se registren al menos uno o dos incendios de gran magnitud cada semana.
Las alertas rojas, aquellas que indican la fase más crítica de los incendios forestales, se han vuelto una constante en los noticieros. Este año, la situación es particularmente complicada porque el invierno trajo abundantes precipitaciones, lo que provocó un crecimiento excesivo de la vegetación, especialmente del pasto natural, que ahora, al estar seco por el calor, se convierte en un combustible ideal para los incendios. Esta combinación de factores ha incrementado tanto la intensidad como la frecuencia de los incendios en diversas regiones del país, y parece que el clima extremo se volverá más común con el paso del tiempo si no se implementan medidas urgentes para mitigar sus efectos.
Además de los factores naturales, el comportamiento humano desempeña un papel crucial en la propagación de estos incendios. Varios siniestros han comenzado durante labores de mantenimiento o actividades normales en el campo que generan chispas, revelando una falta de precaución y conciencia sobre las consecuencias devastadoras que estas acciones pueden tener para el medio ambiente y las comunidades vecinas.
La conjunción de un clima cada vez más impredecible y la irresponsabilidad en la gestión de actividades que representan un riesgo de incendio coloca a nuestras comunidades en una situación de creciente vulnerabilidad. El panorama es preocupante, sobre todo al considerar que las proyecciones para los próximos días indican un aumento continuo de las temperaturas, lo que podría desencadenar situaciones de emergencia aún más graves. Mientras tanto, las autoridades deben intensificar sus esfuerzos, pero resulta fundamental que cada ciudadano asuma su rol en la prevención.
Es indispensable que, además de la vigilancia y los esfuerzos de control, se implementen políticas públicas enfocadas en la prevención, que incluyan campañas de sensibilización y una regulación estricta de actividades en zonas de alto riesgo. La educación ambiental debe ser una prioridad para evitar que sucesos como el de Litueche se repitan, y es esencial que todos tomemos conciencia sobre las repercusiones de nuestras acciones en un clima cada vez más hostil.
Aunque todos deseamos que en estos días no tengamos que reportar tragedias relacionadas con incendios, es un hecho que el calor extremo que caracteriza este verano es un adversario formidable. Solo con la colaboración de todos podremos afrontar los desafíos que se presentan. La lucha contra los incendios forestales, al igual que todos los problemas ambientales, es una responsabilidad colectiva que requiere no solo la acción de los profesionales en el terreno, sino también el compromiso de cada ciudadano para prevenir y mitigar los riesgos.
Con Información de www.elrancaguino.cl