Cada 22 de abril, el Día de la Tierra nos invita a reflexionar sobre nuestro lugar en el mundo y a reconocer la responsabilidad que conlleva habitar un planeta finito.
Esta celebración, que tiene más de cincuenta años de historia, va más allá de ser una mera conmemoración: representa una llamada a transformar nuestra relación con la Tierra en una conexión equilibrada y respetuosa.
Desde la física, entendemos que nuestro planeta es más que un simple escenario de vida; es un sistema dinámico y complejo que intercambia energía y materia en sus diversos subsistemas.
La interacción entre atmósfera, océanos, litosfera y biosfera se basa en intercambios de energía y materia que obedecen a principios universales, como la conservación de la energía, la difusión del calor y el aumento de la entropía.
No se trata únicamente de “proteger el medio ambiente”, sino de entender qué equilibrios sustentan nuestra existencia y cuáles son los límites que no debemos cruzar.
Al incrementar la concentración de gases como el CO₂ en la atmósfera, alteramos el balance energético del planeta, lo que provoca que más energía entre de la que se disipa.
Esto no solo eleva la temperatura en la superficie, sino que también desestabiliza el frágil sistema climático que ha sostenido la vida tal como la conocemos.
Las herramientas de la mecánica de fluidos y la física estadística nos permiten modelar y prever escenarios, algunos de los cuales son reversibles, mientras que otros no lo son.
Aunque los modelos no pueden garantizar un futuro exacto, convergen en una advertencia clara: estamos sobrepasando los límites del sistema más complejo que habitamos.
La física terrestre revela que, al elevar la energía interna del planeta, no solo aumenta la temperatura promedio, sino que también se acentúan las disparidades de temperatura entre regiones, se modifican los patrones de viento y lluvia, y se incrementa la probabilidad de fenómenos extremos como olas de calor, inundaciones o sequías prolongadas.
Los océanos absorben gran parte de esta energía adicional, lo que resulta en un aumento del nivel del mar, alteraciones en la química del agua y perturbaciones en los ciclos naturales que permiten la renovación del aire, el agua y los nutrientes esenciales para los ecosistemas.
Desde la perspectiva física, el cambio climático no se reduce a un mero «calentamiento», sino que representa un desequilibrio global en la forma en que el planeta recibe, almacena y redistribuye su energía, con efectos que ya son visibles.
Pero no todo es diagnóstico
La física también nos ofrece esperanza y una manera de vislumbrar lo invisible, anticipar lo que aún no ha sucedido y diseñar soluciones más efectivas y sostenibles.
Comprender los principios que rigen nuestro planeta es, en sí mismo, una manera de protegerlo.
En este Día de la Tierra, la invitación es clara: establezcamos una relación con nuestro planeta fundamentada no solo en la sensibilidad, sino también en el conocimiento.
Porque entender es el primer paso para cuidar, y cuidar es una forma imperativa de habitar la Tierra.
Académico Instituto de Matemática, Física y Estadística.
Universidad de Las Américas.
Con Información de portalmetropolitano.cl