Por Rafael Rizzo, Director de ACTI
La digitalización se ha convertido en el motor del mundo actual. Más allá de las últimas tendencias y proyecciones, la cuarta revolución impulsada por la Inteligencia Artificial ya está en marcha y Chile se enfrenta a una oportunidad única. Se ha hablado mucho sobre cómo la economía digital puede generar empleos de calidad y oportunidades de exportación; ahora es el momento de dar un salto y establecerla como uno de los pilares fundamentales del desarrollo del país. Esto es factible, pero requiere la creación de sinergias en términos de acción, visión y trabajo conjunto entre el sector productivo, el Estado y la sociedad.
Una ventaja notable es el fenómeno leap-frog (salto de la rana). Si imaginamos la revolución digital como un camino de piedras en una laguna con diferentes países como ranas saltando, Chile sería aquella que aún no ha avanzado mucho, pero que tiene la capacidad de aprender de los modelos más consolidados e incluso mejorarlos. No es necesario fijarse solo en las economías más líderes.
Por ejemplo, Estonia enfrentó una profunda crisis económica tras su independencia de la Unión Soviética en 1991. Con escasos recursos naturales, el país decidió apostar por la tecnología y el conocimiento como base para su recuperación. La implementación de la Ley de Comercio Electrónico y la Estrategia de Sociedad de la Información a finales de los años 90 sentaron las bases para un entorno digital robusto. Actualmente, Estonia es un referente mundial en digitalización, gobierno electrónico y emprendimientos tecnológicos, siendo apodado “el Silicon Valley del Báltico” y hogar de empresas como Skype.
Asimismo, países como Irlanda y Polonia han destacado por adoptar políticas fiscales proactivas que apoyan sectores clave, facilitando operaciones económicas y atrayendo inversiones globales. Irlanda implementó un régimen de impuestos corporativos bajo (12.5%), lo que ha atraído a multinacionales en tecnología, farmacéutica y finanzas. Esto, sumado a una fuerza laboral altamente calificada y hubs tecnológicos como Silicon Docks en Dublín, ha hecho del país un centro económico global.
Por otra parte, Polonia ha promovido incentivos fiscales para empresas que invierten en diversas zonas económicas y apoyo a la investigación y desarrollo. Estas políticas, combinadas con una mano de obra competitiva y programas de innovación, han posicionado al país como uno de los principales exportadores de servicios basados en el conocimiento, alcanzando en el último año exportaciones por USD 35.000 millones en este ámbito.
A nivel regional, es pertinente observar a Argentina: en 2021, Argentina exportó cinco veces más que Chile. Aunque el mercado argentino tiene sus características y desafíos, como la infraestructura y los salarios, allí existe una Ley de Promoción de la Economía del Conocimiento que, a pesar de requerir ajustes, ha creado un círculo virtuoso para empresas, instituciones y la sociedad en general. Esta industria moviliza 800.000 millones de dólares en todo el mundo. En Argentina, independientemente del gobierno de turno, la ley ha perdurado y la mayoría de sus unicornios han surgido bajo esta normativa.
Desde hace 30 años, la economía del conocimiento ha emergido como uno de los sectores más dinámicos a nivel global, lo que ha llevado a muchos gobiernos a promover e incentivar inversiones para un crecimiento acelerado de las empresas. Esto ha generado externalidades positivas para la población en su conjunto, creando empleos de calidad y bien remunerados, distribuidos de manera federal y fomentando hubs de innovación en ciudades y regiones apartadas de la capital.
Lejos de ser una moda pasajera, esta revolución se intensifica día a día y, si seguimos observando desde la distancia, podríamos perder una oportunidad vital. Según IDC, se prevé que la inversión en este campo alcance los 4 billones de dólares para 2026, y tecnologías avanzadas como la inteligencia artificial están promoviendo incrementos significativos en la productividad laboral, que podrían añadir hasta un 7% al PIB global, según Goldman Sachs.
En este contexto, Chile tiene un potencial inmenso. Disponemos de todos los factores habilitantes clave que esta industria necesita(Índice Latinoamericano de IA de CEPAL y CENIA). Adicionalmente, contamos con una infraestructura digital que ofrece altos niveles de conectividad, facilitando el acceso a las tecnologías.
Sin embargo, ¿por qué no estamos ocupando la posición de liderazgo? Hemos avanzado en aspectos como talento e infraestructura, pero nunca hemos centrado la atención en la competitividad a nivel país. Esta es una competida global:los países compiten para atraer inversiones y, sobre todo, empleo a sus ciudades, y aquí tenemos una asignatura pendiente. Un claro ejemplo es que en Chile, las exportaciones en TIC solo han crecido un 5,3% en dos décadas (Invest Chile) y se ubica en el sexto puesto en exportaciones de servicios digitales en la región, muy por detrás de países como Argentina y Brasil.
Mejorar nuestra competitividad es posible. Para ello, es necesario adoptar políticas públicas que fomenten el desarrollo del sector a largo plazo. En este sentido, iniciativas como el programa Talento Digital, promovido por el Ministerio de Hacienda para reducir la brecha digital y potenciar la empleabilidad de las personas, así como la creación de mesas multisectoriales, como las que impulsamos desde ACTI para alinear la formación técnica con las necesidades del mercado, son pasos positivos, aunque aún no son suficientes para lograr la escala y el impacto necesario.
En la carrera por la revolución digital, Chile aún está en la línea de salida, observando cómo otros países avanzan, mientras el ritmo del circuito se acelera. Aún tenemos la oportunidad de involucrarnos, liderar en nuestra región y competir a nivel global, pero el tiempo es limitado y el futuro no puede esperar.
Es el momento.
Con Información de osornoenlared.cl
